sábado, 28 de enero de 2012

MUÑECAS DE CARTÓN

en la exposición


En el 2011 encontré casualmente un cartelito del proyecto " MISS LUPITA" en el metro zocalo invitando a participar en un taller de muñecas de cartón y luego una pasarela ,la idea me pareció fenomenal porque tengo cierta obsesión con las muñecas de fabricación popular y las lupitas tienen una particular luminosidad en mis recuerdos infantiles. durante el desarrollo de la idea fueron volviendo a mi mente imágenes coloridas de regalos de las tías del rancho, de piel quemada y aroma de guayabas ... Andocutín: entrañable pueblito al que sueño volver   y contemplar sus ruinas; duerme abandonado en la rivera de un inmenso lago de agua salada en el límite estatal de michoacán y guanajuato es decir el bajío mexicano donde la cartonería y la producción artesanal de estas muñecas es o más bien fué un importante medio de desarrollo económico para las familias
Andocutín desde el mirador





mi orgullo





 ... en fin que yo pasaba los veranos y toda oportunidad de vacaciones escolares en ese pueblo rodeado de huizaches agua y sol intenso, algunas veces llegabamos en tren y en la estación de Acámbaro  subían vendedores a ofrecer las "monas de cartón " como las llamaban ahí y a veces tras incansables ruegos mis padres me compraban una de éstas, deslumbrante con sus adornos de lentejuela y diamantina, gorditas y chapeadas, olorosas a anilinas y cartón fresco. Andocutín era pueblo cuetero y mucha de la artesanía del cuete requiere del modelado de figuras de cartón como gigantes y toritos pero las "monas " eran de Araró, el pueblo vecino al que se  llega luego de caminar un denso bosque de mezquites con ruinas coloniales incluidas y arrollos de agua termal que sorprendían el reflejo de algunas barrigonas y renacuajos entre los tules, la caminata era cruenta de 10 km tal vez; los que siempre terminábamos montados en algún tractor que nos llevaba los últimos kilómetros polvosos. el paseo era medicinal porque curaba el cuerpo y el alma. Llegábamos a los" hervideros", donde podías meter un guajolote y sacarlo cocido, ó en su defecto cocer elotes y sudar las enfermedades, limpiar el mal de ojo y por supuesto la mugre acumulada durante el trayecto. En el camino de los hervideros a la plaza del pueblo siempre había un tianguis de artesanías de barro verde, o rojo de michoacán, ollas de pátzcuaro, de cuello largo que se pegaban a la boca cuando tomabas agua en ellas y dejaban en la memoria impregnado para siempre el sabor del barro; con ojos deslumbrados miro aún  las monas de cartón de todos los tamaños, sentadas en sillitas de madera pintadas de flores y tejidas con el tule de la región. había canastas llenas de juguetitos y dulces tradicionales, y lo mejor del  viaje a esas alturas: las carnitas con tortillas y salsa, junto a los productos lacustres como las ranas crujientes el charal en hoja de maíz los uchepos y corundas, las nieves .... y en el atardecer, la despedida del sol a nuestra espalda con su fiesta de luces y canto de mil
 pájaros entre las nubes.
de todo eso está moldeada mi muñeca, y no solo de arina y papel kraft, el color de su piel es el de la mía quemada por el sol de muchas vacaciones, los dorados de su vestido y los dibujos tienen el color de la última mirada hacia atrás, al pueblo que ibamos dejando en el atardecer de rojos y dorados devorados por la noche que llega siempre... 
 Mi infancia tiene el sabor de barro húmedo, el color vibrante de las muñecas de cartón y un aroma de guayabas verdes.
modelando los recuerdos
los amigos del taller de miss lupita